Yo estaba sentada en tu cama, la cama que siempre me acoge cuando todo parece que se viene encima, cuando las tristezas inundan mi cabeza y cuando la soledad, con la que solía compartir mi tiempo y era mi amiga se ha convertido en una despreciable rival, con la que me es imposible seguir luchando.
Estabas sentado en la orilla de la cama, tocabas hábilmente la guitarra, mientras cantabas una triste canción de amor, la soledad se escuchaba en tu voz, la tristeza desbordaba en cada nota, giraste tu hermoso rostro hacia mi y sonreíste, seguiste cantando y tocando, pero sin quitar tu mirada de mi, yo estaba absorta en tus ojos, esperando no perderme ni una sola de tus notas, ni una sola de tus palabras, pues sabía que eran para mi.
Dejaste de tocar, colocaste la guitarra al lado de la computadora y te acostaste a la par mía, por un instante me temblaron las piernas, como hace quince años cuando te vi por primera vez, tomaste mi mano y rodeaste tu cuello con mi brazo, por instinto mi otro brazo decidió abrazarte, supongo que se sintió triste solo estando sobre mi abdomen. Tu cuerpo tibio se encargo de entibiar el mío, mi cabeza encontró el eterno lugar sobre tu pecho donde siempre se escucha la dulce melodía de tu corazón, tu lenta respiración acompaña la tonada.
-Qué te paso? Me preguntaste con ese tono condescendiente que yo odio tanto.
-Nada. Dije intentando contenerme de romper en llanto como siempre hacía cuando me encontraba en sus brazos.
-Estas segura?
-Si.
-Siempre has sido muy mala mintiendo.
-Es posible
-Vamos a ver, que puede tenerte así?
-No entiendo por qué quieres hablar de eso, es algo que ya paso, y que no vale la pena recordar.
-Es increíble que hables así, debía hacerte mucho daño, para que no quieras hablar de eso.
-Soy tan predecible.
-Después de trece años, claro que si.
-Gabriel?
-Si?
-Puedes cantar la canción?
-Qué canción? La numero ocho?
-Si esa.
-No.
-Por qué?
-Esa canción siempre te hace llorar, es como un detonante para una inundación de lágrimas, y yo no quiero ahogarme acá, no me siento listo para morir.
No pude contenerme y solté una carcajada, tienes esa espectacular habilidad para hacerme reír en los peores momentos. Colocaste tus brazos alrededor de mi cuerpo, y con una mano acariciaste mi pelo, me diste un beso en la frente y repentinamente golpeaste la parte posterior de mi cabeza.
-OUCH! Qué te pasa?
-Nada, solo creí que era conveniente un golpecito para hacerte despertar.
Reí nuevamente, aunque el maltrato físico jamás ha sido uno de mis métodos favoritos, en este caso funciono bastante bien, me acurruque entre tus brazos, tu olor era distinto, ya no olías a grafito de lápiz y crayones de cera, ahora olías a colonia, tinta, lápiz y papel. Acariciaste mi pelo y nuevamente besaste mi frente, cerré los ojos, escuchándote tararear la canción número ocho del disco que escuchábamos todas las tardes como tontos enamorados, quien diría que después de todo tu secarías mis lágrimas, todo se torno negro, nuevamente pude ver un rostro conocido, un rostro que extrañaba, eras tu, estabas parado frente a una casa de madera, Gabriel dejo de existir como siempre sucede cuando tu apareces y nuevamente estaba en tus brazos.
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