Era una noche estrellada de finales de octubre, yo estaba acostada en mi cama leyendo el Viejo y el mar, Hemingway siempre me hace sentir bien antes de dormir, termine el último párrafo y cerré el libro en la pagina cuarenta y cuatro, acomode mis almohadas y cerré la ventana de mi cuarto pues el frio de noviembre ya se empezaba a sentir, vi el techo un largo tiempo abrí mis ojos y me encontré sentada en el césped de un lugar extrañamente familiar, me puse de pie y vi alrededor, no estaba sola había alguien junto a mi, y esa persona sostenía mi mano con fuerza.
Joaquín era su nombre, y no era como los demás Joaquines que yo había visto, conocido o escuchado, el era como un pequeño gato valiente y asustadizo, la mezcla perfecta de ternura y gracia, tan espontaneo e ingenuo, era tan fácil de entender, cualquiera podría quererlo en instantes solo con escuchar su risa contagiosa y ver sus enormes ojos color avellana, se sentía bien estar junto a él, era como si él me conociera sin conocerme, sus enormes ojos se aculataban tras sus lentes rectangulares, su pelo era rizado y tenía una desprolija y atractiva barba, su ropa olía a cedro y suavizante, y su boca, su boca sabía a menta y cerveza.
Mis manos se sentían tan bien entre las suyas, un calor agradable inundaba todo mi cuerpo, por ese ligero contacto con él, eran vestigios de felicidad. Me estaba quedando claro que parte de mi corazón seguía aquí, casi imperceptible. Pero estaba aquí.
Me recosté y vi al cielo, estaba nublado y no se podía ver la luna, el viento daba en mi cara, sentí placer, hacía muchísimo tiempo que no sentía placer, recosté mi cabeza sobre su brazo, y una lagrima rodo por mi mejilla.
-Por qué lloras?
-No lo sé, creo que simplemente extrañaba sentir.
-Tranquila esto es solo un sueño, cuando despiertes mañana dejaras de sentir nuevamente y todo volverá a la normalidad.
-Lo se, por eso lloro, extraño los pequeños sentimientos que solían parecer absurdos.
-Si, te entiendo.
-Feliz noche… ya me debes un chocolate… será helado. Era Joaquín. Pude sentir como mi corazón se estremecía, un calorcito se apodero de mi nuevamente. Estaba aterrada.